Todavía recuerdo esos momentos, aquella tristeza en el funeral del ejército, cómo voy a olvidarla, escolta a mi alma a un largo viaje, el cofre era demasiado estrecho y esa camisa me apretaba mucho. ¿Qué era esto? Había moho en la tapa del cofre; todos sabían, inclusive yo, que nadie me informaba de los acontecimientos, que a pesar de que a donde yo iba había mierda, pero también había oro. Renegado, traidor, impuro, un cuerpo rebelde; y entonces mudo, cuando era momento de gritar.
Marcado estaba en el Libro de la Vida, ésta ansiedad y deseo de leerlo de principio a fin; somos incitados por el horror sin palabras, y caemos dormidos leyendo la mitad del enunciado. La Tierra es redonda, sí, pero la vida no es un continuo trofeo o una escalera espiritual que lleva hasta el Nirvana, o también (vaya la comparación), como un panqueque, del que caemos súbitamente.
Entonces aprendo, que aquel que se encuentra bajo las piedras, entre las sombras, en dónde ningún hombre le gustaría que lo mandaran (debido a la cobardía según dicen las Diosas)... pertenece sólo a la muerte impura.
En el seno de la tierra... calculando... hasta que... otra vez... nos veamos. De entre el moho y el granizo en el que una vez yaceremos, ya nunca nos volveremos a levantar, ténganlo por seguro... que yo ya he estado ahí.